Caballo español en Cabo Mayor, Cantabria, España. Copyright Foto: Fernando López-Mirones |
En muchas de las llamadas Crónicas de Indias,
en las que los conquistadores primero (la Conquista propiamente dicha duró solo
unos 30 años), y los exploradores y colonos después (los restantes 300 años),
narraban los hechos acaecidos durante sus aventuras, solía leerse esta frase:
“Porque, después de Dios, debimos la victoria a nuestros caballos”.
La relación entre aquellos españoles y sus
caballos era tan estrecha, que los indios no andaban descaminados al percibir
que eran uno solo; es que lo eran. El amor a los caballos en la España de
entonces trascendía a las clases sociales y los honores de nobleza, e impregnó
el Nuevo Mundo como ninguna otra condición hispana. No es casualidad que el
mayor de los elogios, entonces como ahora, es decir de alguien que “Es un
caballero”. Nada supera a ser un caballero. No es un perrero, ni un vaquero, o
un barquero… el caballero es el paradigma de lo perfecto.
Montaban a la Brida o a la Jineta, como
aprendieron de los Moros, en la silla de montar llamada Bur. Embridando en
corto, los conquistadores solían montar como si fueran de rodillas. Su estilo
de mano alta, el freno de paladar, o su forma de girar el caballo, son
exactamente las mismas que podemos ver hoy en un gaucho argentino, un guaso
chileno, un mexicano, un llanero de Colombia o Venezuela, o un cowboy de Texas. Todos ellos herederos
de los caballeros españoles. A lo que se llamó siempre Paso Castellano, hoy lo denominan Stockman’s Jog; porque los caballos eran tan bonitos que nos los
robaron culturalmente, y los convirtieron en horses.
Aquellos caballos jerezanos tuvieron que
enfrentarse a los vampiros de las selvas suramericanas, que hicieron estragos
entre ellos por las noches, mientras el rugido del jaguar los atemorizaba. El
caballo Morcillo que montaba Cortés, hizo, a cambio, un descubrimiento
impresionante, el maíz. Alimentados con ese grano dorado americano, los
caballos hispanos se hicieron invencibles.
Entre ellos el de Pedro de Heredia, el
fundador de Cartagena, cuyo valor llegó a ser leyenda. Cuentan las crónicas que
en una ocasión se metió el equino con tal fuerza entre las fuerzas indias, que
salió “como un puercoespín” por la cantidad de flechas y lanzas que llevaba
clavadas. Se curó mediante baños en el mar Caribe.
Escribieron los testigos, que eran los ojos
de los caballos los que espantaban a los indios, los ojos fieros y esa boca con
espuma y relinchos infernales. Motilla, El Romo, Matamoros, Aceituno… todos los caballos bellos.
Entonces los indios Pampas aprendieron que
sus gritos, y un penacho de plumas de ñandú en la punta de sus lanzas, podían
perturbar seriamente a los caballos españoles, aunque escribió un cronista que
en realidad era el olor de los guerreros lo que los espantaba.
Hoy, los más jóvenes utilizan a menudo la
expresión “esto es un marrón”, sin saber que el origen de esta palabra está en
los caballos cimarrones, los que pasaron a ser salvajes cuando se fueron los
conquistadores españoles. Los ingleses lo copiaron para llamar “maroon” al esclavo
huido, y de ahí la expresión “to be marooned”, que se aplica alguien abandonado
en un lugar desierto… sin duda todo un marrón.
Un aullido.
Fernando López-Mirones
1 comentario:
Estas cosas ocurrían allende los mares, mientras en nuestra tierra, se dictaban normas que protegían y fomentaban la cría caballar y a los criadores. Los reyes Católicos pusieron su máximo empeño en extinguir productos híbridos, considerando que era el caballo la verdadera riqueza de los estados, la mayor conquista que el hombre había hecho del reino animal, nadie como el acortaba distancias, propiciando las heroicas cruzadas, y los lances aristocráticos, imprescindible en la paz y en la guerra, en el campo de batalla y en la agricultura. Tomado de la “Memoria general de agricultura, Industria y comercio (1819):
“los Reyes Católicos, por cumplir al servicio y procomún de sus reinos para que sus súbditos tuviesen y cabalgasen en buenos caballos, mandaron que:
En la diócesis de Sevilla, Granada, Córdova, Jaén, Cádiz y Reino de Murcia, y en todas las ciudades, villa y ciudades desde el Tajo a la parte de Andalucía, no se echase Garañón a yegua, sopena de perder el asno y pagar diez mil maravedís y lo mismo el que cruzara yegua con caballo sin hallarse este reconocido y aprobado por los veedores del respectivo concejo”. Felipe II , más riguroso con los que atentaban contra la cría de caballos , añadió a las referidas multas ( en Octubre de 1562) otros 20.000 maravedís a las referidas multas si se echase o consistiese echar asno a las yeguas por primera vez y por la segunda vez, pena doblada y destino perpetuo, un tercio de la multa iba a parar al denunciante y el resto para el juez, la cámara y el fisco...” los criadores de caballos en orden tenían a su vez privilegios notables, aquel que durante 3 años poseyera 12 yeguas , no podría ser preso por deudas y quedaba exento de pagar trigo, cebada y demás bastimento y bagajes para el ejército y la armada....
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