Fernando López-Mirones en la Isla de los Pingüinos. Foto: Juan María Raggio. |
Siete
años atrás, el corsario inglés Thomas Cavendish había descubierto ese bendito
lugar de la costa atlántica de Patagonia al resguardarse en él con su buque
insignia, el Desire, que le dio
nombre a la ensenada.
Desde allí partió hacia el sur para atacar y saquear a las
ciudades españolas de la Patagonia atlántica tratando de emular a su mayor
héroe, el pirata Drake.
John
Davis capitaneaba ahora la misma nave, pero él y Cavendish no se llevaban bien.
Cavendish odiaba a sus oficiales, y mucho más a su tripulación. Esta vez al
mando del Black Pinnace, ambas naves
se perdieron durante una tempestad frente a las costas de Patagonia cuando
intentaban saquear la ciudad brasileña de Santos.
Como estaba convenido, se
reunieron en Puerto Deseado. Continuaron viaje hacia el Estrecho de Magallanes,
cuando otra tormenta los llevó hasta unas islas hasta entonces desconocidas,
las Malvinas. El Black Pinnace naufragó, y Davis consiguió
regresar a Puerto Deseado en unas condiciones lamentables. La tripulación, devorada por los piojos y el escorbuto, se recuperó en esta costa a base de
comer gaviotas, cachorros de lobo marino, mejillones, huevos y peces.
Antes
de zarpar de nuevo, decidieron acudir a la llamada Isla de los Pingüinos
para abastecerse de provisiones. Allí, los marineros ingleses mataron a garrotazos
a más de veinte mil estoicos pingüinos de Magallanes y de penacho amarillo, que
secaron y salaron para almacenarlos en la bodega del Desire.
Pero
entonces su problema era otro, el 11 de noviembre los guerreros de cara de
perro les estaban atacando; corrían más que los caballos, y arrojaban polvo al
aire mientras lanzaban alaridos espeluznantes. Al principio los ingleses
creyeron estar siendo atacados por auténticos diablos con facciones de cánido y
cuerpos humanos, hasta que se dieron cuenta de que se trataba de máscaras. Tras
perder nueve hombres en la reyerta, el Desire
zarpó hacia Brasil en el anochecer del 22 de diciembre para aprovisionarse de
frutas y hortalizas robadas a los indios en la Isla de Plasencia ,
frente a Río de Janeiro.
Sin
embargo de nuevo fueron atacados y tuvieron que regresar mar adentro sin
aprovisionarse de agua fresca. Cuando llegaron al Ecuador, de los cuerpos de
los pingüinos muertos comenzaron a brotar como ánimas miles de gusanos de más
de dos centímetros de longitud que empezaron a devorar cuanto caía en sus
quelíceros. Ropas, correas de cuero, incluso el casco de la nave, se lo comían
todo menos el hierro. Mientras los gusanos deglutían literalmente el Desire, la tripulación cayó presa de
nuevo del terrible escorbuto.
Con las encías sangrantes, la lengua hinchada y
los genitales tan inflamados que no podían hacer absolutamente nada, la
situación se tornó dramática … y los seres reptantes que nacieron de los
pingüinos de la Isla inundaban toda la nave.
Este
mítico viaje fue inmortalizado en los versos de Samuel Taylor The Ancient
Mariner:
¡Tantos hombres y tan bellos!
Y todos yacían muertos,
Y un millar, un millar de seres viscosos
Siguieron vivos, y yo también.
Copyright Fernando López-Mirones